Era más de media noche
cuando pasé por allí.
La calle Cuenca estaba poco iluminada
y sólo se oían nuestras voces.
Miré el grupo:
cuatro mujeres, cuatro madres.
Miré el otro lado de la calle:
dentro quizá aún estaría el rincón
donde los caracoles,
hace tantos años,
se reproducían.
Otros niños
los observarán todas las mañanas,
y se harán amigos.
Una risa
me hizo recordar
que aún
no me he ido.
viernes, 25 de septiembre de 2009
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