Me pregunto
dónde estás escondida,
detrás de qué pensamiento,
gesto,
de qué olor.
¿Cuándo aparecerás
ante mí?
¿En qué momento me enseñarás
lo necesario
para adivinarte entera?
Como si fueras una amante
traviesa, apareces
y
desapareces,
dejando que solo
vea tu sombra
reflejada
en el
espejo.
jueves, 30 de octubre de 2014
lunes, 27 de octubre de 2014
NEVERENDING
La luna de agosto
La arena mojada
Las mandarinas
Las gotas del mar
se
can
do
se
Los amaneceres frescos
Las nubes a las siete de la tarde
Sus bocas cuando duermen
El olor de la manzana al horno
El albornoz al salir de la ducha
Café
Azúcar tostándose al fuego
La lluvia sin frío
La colcha en invierno
La manta del sofá
El olor a pan recién hecho
El sol después de los días nublados
La necesidad de que te abrace al despertar
Olor a lluvia
El deseo de verlos
Maravillarse de su pestañeo
Su cadencia al respirar
El aroma de el aire que sale de sus pulmones
La arena mojada
Las mandarinas
Las gotas del mar
se
can
do
se
Los amaneceres frescos
Las nubes a las siete de la tarde
Sus bocas cuando duermen
El olor de la manzana al horno
El albornoz al salir de la ducha
Café
Azúcar tostándose al fuego
La lluvia sin frío
La colcha en invierno
La manta del sofá
El olor a pan recién hecho
El sol después de los días nublados
La necesidad de que te abrace al despertar
Olor a lluvia
El deseo de verlos
Maravillarse de su pestañeo
Su cadencia al respirar
El aroma de el aire que sale de sus pulmones
DESPUÉS
A veces
apetece
arrancarse
los botones
del cuerpo
para salir volando
sin peso
ni dolor
ni nada.
Ocasiones
en las que
dejas que la araña
teja su tela
y forme un capullo
con algo que ya ha muerto.
Tantas
en las que podrías
arrancarte los ojos,
y dejarlos en el anden
para que lloren
ellos solos cada vez
que un tren
se va
Y durante un minuto
uno
se muere de pena.
Justo
los sesenta segundos
que dura el luto.
Ni uno más.
apetece
arrancarse
los botones
del cuerpo
para salir volando
sin peso
ni dolor
ni nada.
Ocasiones
en las que
dejas que la araña
teja su tela
y forme un capullo
con algo que ya ha muerto.
Tantas
en las que podrías
arrancarte los ojos,
y dejarlos en el anden
para que lloren
ellos solos cada vez
que un tren
se va
Y durante un minuto
uno
se muere de pena.
Justo
los sesenta segundos
que dura el luto.
Ni uno más.
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